Entre Cestas y Destellos: Un Viaje al Corazón del Baloncesto en Badalona
Hace unos días, mientras acompañaba a Laia (casi 12 años) a su entrenamiento en la Penya (Club Joventut Badalona) y a Alba (16 años, recién cumplidos) en el UB Llefià, me di cuenta de lo profundamente que este deporte nos conecta como familia. Pero, en realidad, también une a toda una ciudad que respira baloncesto: Badalona, considerada la auténtica “bressol del basquetbol” en Cataluña.
En mi caso, vengo de ejercer como jugador y luego como entrenador federado por la Federació Catalana de Basquetbol. He vivido en primera persona la intensidad de los partidos, las alegrías y las derrotas, pero sobre todo me he empapado (como esa esponja que soy) de todo lo que sucede dentro y fuera de la pista. Y ahora me toca ver esa pasión reflejada en mis hijas, que siguen sus propias trayectorias deportivas. Me hace una ilusión enorme.
Badalona: una ciudad moldeada por el básquet
Cuando hablamos de Badalona y de baloncesto, parece imposible separarlos. Desde principios del siglo XX, aquí germinó la semilla de un deporte que hoy nos apasiona a tantos. El club más emblemático, la Penya, nació en 1930 y, con el paso de las décadas, no sólo ha ganado títulos nacionales e internacionales, sino que ha formado parte de la identidad de varias generaciones.
Aun así, la fuerza del básquet en Badalona no es monopolio de un solo club. Existen escuelas, canteras y equipos de barrio que cultivan y ensanchan esta cultura del baloncesto. Por eso no sorprende ver a tanta gente saliendo con su balón bajo el brazo, ni la cantidad de canchas públicas que dan vida a las calles y parques.
El recuerdo de Naismith: las 13 reglas que lo empezaron todo
Hablar de la cuna del básquet me lleva a pensar en quien lo inventó: el Dr. James Naismith. En 1891, buscando una actividad para mantener a sus alumnos en forma durante el invierno, diseñó este deporte en la YMCA de Springfield. Ahí es donde colgó, por primera vez, dos canastas de melocotones y estableció las primeras nociones del juego.
Sus 13 reglas originales —publicadas en 1892— eran sencillas y, a la vez, poderosas. Desde la prohibición de correr con el balón hasta la regla de no golpear con el puño, asentaban las bases de un deporte que privilegiaba la habilidad y la colaboración por encima de la fuerza bruta. Con el tiempo surgieron elementos como el dribling, el cronómetro de posesión y la línea de triple, pero el espíritu de Naismith persiste: la esencia del juego en equipo.
Por qué lo llamo “magia”
El baloncesto no solo va de encestar: va de comunicación sin palabras entre compañeros, de tomar decisiones en décimas de segundo y de alentar el esfuerzo colectivo por encima del individual. Ese es, para mí, el gran truco. Un truco que, como buen aprendiz de mago, intento transmitir a mis hijas y a cada equipo que he dirijido.
Entre la pizarra y la pista: mi visión de entrenador-padre
Cuando me puse por primera vez el “chaleco” de entrenador, creí que mi papel sería exclusivamente enseñar: sistemas de ataque, defensas zonales, fundamento técnico... Me costó poco descubrir que, en realidad, yo era el primer alumno.
- Aprender a dirigir sin imponer: El baloncesto pide iniciativa y creatividad. Es fundamental no ahogar el talento de cada jugadora.
- Escuchar para crecer: A veces mis mejores “movimientos” han venido de consejos de jugadoras a las que doblaba la edad.
- Gestión de emociones: Victoria o derrota, nadie es inmune a lo que pasa en la pista. Saber canalizarlo es vital para el éxito.
Ser padre de Alba y Laia añade una capa más a esta historia. Las acompaño a sus entrenos y partidos, procuro no inmiscuirme en exceso, pero sí ser el primer fan de su esfuerzo. Veo cómo el deporte forja su carácter, su resiliencia, sus amistades... y me siento privilegiado por vivirlo de cerca.
¿Qué nos enseña este deporte más allá de la cancha?
En mi último artículo, hablaba de la idea de ser “una esponja” y de “exprimirnos” cada día para aprender algo nuevo, tanto en familia, como en el trabajo y en el ocio. Aunque suene poético, sigo convencido de que la vida es mejor cuando sabemos absorber —y también compartir— las experiencias y los consejos de quienes nos rodean.
El baloncesto es un gran ejemplo de ello: requiere escucha (hacia el entrenador y el resto del equipo), demanda comunicación (pases, jugadas, estrategia) y exige adaptarse a mil situaciones distintas. Quien domine esas claves en la cancha, sin darse cuenta, se las lleva bajo el brazo a la vida cotidiana.
Reflexión final: destellos de futuro
Mientras escribo estas líneas, pienso en cómo será el futuro de mis hijas, de la Penya, del UB Llefià, e incluso del baloncesto en su conjunto. Quizá las canastas del mañana estén llenas de sensores y los partidos se jueguen en estadios inteligentes; pero estoy seguro de que, igual que hoy, la esencia de la pasión por el juego seguirá viva.
Por mi parte, seguiré apoyando a mis hijas en cada paso que den dentro y fuera de la pista, manteniendo intacto el espíritu de aquel joven que un día fue jugador y luego se atrevió a entrenar, en esta ciudad irrepetible que es Badalona.
Y tú, ¿qué destello de pasión te mueve en la vida? Tal vez no sea el baloncesto, pero seguro que hay un deporte o una afición que te inspira a superarte. Te animo a exprimirte como la mejor esponja: absorbe, comparte y avanza. ¡Nos leemos en la siguiente jugada!